24 de junio de 2010

Contra los lugares comunes, vía Arlt

No siempre son los poetas los que dan en la tecla. A veces, hombres que, según creemos, no escribieron ni un solo verso son los que dicen aquello que mejor se aplica a la hora de hacer poesía. No es desconocida mi absoluta admiración y fascinación con Roberto Arlt. Ya he escrito sobre él (aquí y aquí) y me propongo seguir haciéndolo. Pero hoy me sorprendió una vez más, como sólo los genios pueden hacerlo. Y si bien lo que dice puede aplicarse a muchas cosas, creo que en el caso de la poesía es crucial. De hecho, los poetas haríamos bien en encolumnarnos detrás de una proclama como la que sigue, en vez de seguir perdiendo el tiempo con reclamos y paparruchas pseudosociales o pseudoprogres que no vienen al caso: 

¡GUERRA AL LUGAR COMÚN!

Así es. La poesía tendría que ser el reino donde el lugar común no tiene, precisamente, lugar. O, si lo tuviera, sería un lugar muy acotado, preciso y ajustado: una vez cada tantos versos, o bien sólo en aquel poema que realmente necesite decir alguna perogrullez. En lo posible, sería de desear que el lugar común, ese fósil lingüístico del que nada puede extraerse ya a menos que se lo retuerza por completo, ni siquiera roce la poesía. No porque ésta sea un reducto "inmaculado" o "sacro", si no porque el lugar común atenta contra sus principios más básicos, contra la propia transgresión que es, que debe ser, que yo pienso que es la poesía (y el arte en general, desde luego).
Donde no hay transgresión, hay conformismo. Donde hay conformismo, hay, con seguridad, una sarta de lugares comunes que algunos trasnochados todavía piensan que es "poesía" o algo que se le parece bastante. Pero no quiero extenderme demasiado en declaraciones polémicas y flamígeras: pretendo que sea un maestro, un genio, el que hable por mí. Tras leer -y comprender en su sentido más profundo y cabal- lo que Arlt quiere decir en los párrafos que siguen se sabrá entonces por qué me produce tanto encono el lugar común y por qué trato, siempre, de combatirlo, especialmente cuando veo asomar su horrible cabeza en mi poesía. El lugar común es la muerte de todo arte, su mayor derrota, su más triste defección. 
Dijo Roberto Arlt en el aguafuerte "Necesidad de un 'Diccionario de lugares comunes'" (15 de septiembre de 1941) lo siguiente: 

"Para nuestro hombre, el lugar común es una especie de lenguaje convencional, que le permite no decir un montón de cosas sin comprometerse a nada personalmente. Más aún, le diría que en ningún momento histórico se apeló con más insistencia al lugar común que en nuestros días. Casi podría afirmarse que la base de nuestra civilización de clases es el lugar común. Fíjese que esto es tan verdadero, que no existe una filología general, sino la filología de un idioma determinado. Si nosotros empezamos a estudiar lexicografía de los idiomas modernos y a componer una estadística de los vocablos de uso social más común, comprobaremos con asombro que las palabras más empleadas por los hombres en las situaciones serias, son las palabras que analizadas científicamente hoy, ya no expresan nada.
(...)
Cuando un hombre habla el idioma de su pasión, de su desorden, de su odio o de su iniquidad, involuntariamente hace estilo. Cuando un hombre hace estilo, agravia, también involuntariamente, la falta de estilo de otros hombres. ¿Por qué el estilo es un agravio? Porque debajo del léxico, como decía usted, se encuentra un determinado edificio espiritual o psicológico. La mayoría de los hombres llevan en su interior monstruosas arquitecturas de juicios, construidas con ladrillos amasados de barro de lugares comunes, y la grosera fábrica en la cual habitan intelectualmente, se les antoja lujoso palacio. Cuando otro hombre, cuyo idioma no está ensamblado de lugares comunes les expresa realidades espirituales o psicológicas diferentes a las que ellos están acostumbrados a reverenciar, se les antoja que están escuchando a un ladrador de injurias; y entonces, odian atrozmente al hombre que por no expresarse con frases hechas, ofende sus convicciones con la fortaleza del estilo."

Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas: cultura y política
Buenos Aires, Losada, 2003. Selección de Sylvia Saítta.

29 de abril de 2010

La poesía como proyecto espiritual

Ayer comprobé lo intimidante (pero también desafiante) que puede ser la poesía, sobre todo para aquellos que, por la razón que sea, no la frecuentan. Esos renglones cortados, en apariencia, de manera tan caprichosa, con ese aire de fragilidad tan intenso pueden, sin embargo, intimidar y amilanar más que todo un terrible bodoque de texto abstruso en prosa. La prosa calma, justifica, es políticamente correcta (sólo en apariencia, claro), es "lo normal". La poesía, con su disposición tipográfica diferente, sus metáforas y sus imágenes disonantes perturba, pone nerviosa a la gente, incomoda, es notoriamente antisocial (sólo en apariencia, claro) y es, decididamente, un misterio que se clava ahí, en la página, y que nos clava a nosotros en ella y no nos deja escapar, nunca.
Felices entonces los que nos recocijamos con ese maravilloso secuestro poético. Y lejos de ser una actividad antisocial, la poesía es la comunión más bella. Ayer mismo también pude comprobarlo. Desde hace ya un tiempo, estoy dando un taller de escritura en la Escuela del Pasaje Dardo Rocha de La Plata. Ayer decidí que había llegado la hora de leer poesía. Pero no sólo leerla y decir "me gusta" o "no me gusta" sino procurar hacer algo más con esos versos que nos reclaman, que siempre nos piden que hagamos algo, porque como ya se ha dicho hasta el hartazgo, poesía proviene del verbo griego poieo, que significa "hacer, hacer cosas con las palabras". Y la poesía es precisamente eso, un hacer algo sólo con palabras. Es, también, una manera de estar en el mundo y un proyecto espiritual, como dice el poeta español Juan Carlos Mestre, del que les copiaré algunas afirmaciones al final de este post.
Lo que me maravilló ayer es cuán grande es el poder de la poesía. A pesar de los miedos, los reniegos y los refunfuños de algunos de mis alumnos todos terminamos hablando de los poemas que leímos. Y hasta aceptaron de buen grado, si no todos algunos, la propuesta de escribir un poema a partir del primer verso de ese inexpugnable y maravilloso poema que es "Gotán" de Juan Gelman ("Esa mujer se parecía a la palabra nunca..."). A pesar de que había cosas que "no entendían", que "no les gustaban" y de que repetidas veces me preguntaron por qué le buscábamos tanto el porqué a lo que los versos decían, los poemas hicieron su trabajo y dejaron su (casi) imperceptible huella en todos ellos. Y aunque no pudieron despegarse de interpretaciones literales o lógicas sé que algo seguramente quedó tintineando en sus cabezas, porque la poesía también es eso, un eco que viene no se sabe de dónde y queda repiqueteando por allá, en alguno de los tantos recovecos de nuestra cabeza hasta que en el momento exacto nos ilumina, nos enciende, nos trasciende y justifica.
Y de ningún modo propuse yo buscar porqués inútilmente. Al contrario, quise invitarlos a dejar volar la imaginación en alas de la poesía, instándolos a que se preguntaran cosas como ¿y cómo será una mujer que se parece a la palabra nunca? ¿qué características tendrá? ¿por qué Gelman dice atención atención yo gritaba atención? ¿no es cierto que cuando uno ama y es amado caen a pedazos la furia y la tristeza y que cuando no es correspondido es como estar muerto en vida? ¿y a qué les recuerda esto? ¿no se parece a la letra de un tango, sólo que en vez de decir "percanta que me amuraste..." dice "esa mujer..."? y así por el estilo. Éstas son las preguntas que los poemas deben dispararnos: preguntas que nos permitan, a nuestra vez, hacernos más preguntas y quizás hasta escribir un poema intentando responderlas, como por ejemplo: 

Ese hombre se parecía a la palabra nunca
de los labios le nacía una partitura esmaltada
que se abría paso viboreando entre mis piernas
como un mar furioso y deslenguado

Atención atención yo remachaba atención
pero ya era tarde para cualquier amenaza
él me inflamaba de sangre las banderas
ese hombre se instalaba en las aguas turbias de mi pelo

Durante cierto tiempo conviví con los sonidos de la rompiente
y con las sombras que despedían las curvas herejes de sus manos
abrí todos los vientos en las alas brunas de su estigma
y procuré anclarme a cada uno de sus crueles otoños

Cuando se fue yo era un páramo vestido de rabia
y todas las agujas se clavaron juntas en mis costados
con un cuchillo tinto le di muerte a su noche
y a todos los vestigios que sin tregua lo nombraban

(29/04/10)

Sí, la poesía también es imitación y homenaje. Y es "un encuentro en el territorio de lo misterioso", como sostiene Mestre, quien también afirma: "la poesía tal vez sea la conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera y, en contra de lo que se piensa, un poeta no es alguien instalado en el discurso de lo solemne ni en la dificultad de los significados; todo lo contrario, un poeta acaso no sea otra cosa que un taxista que lleva a la gente donde la gente quiere ir a vivir su propia vida".
¿Dónde quieren vivir ustedes su vida? Yo, sinceramente, en un lugar donde haya hombres que se parecen a la palabra pasión, encanto, seducción, regocijo y misterio; donde haya mujeres que se parecen a la palabra pasión, revuelo, orgasmo, eros, fuerza, piedad y nunca; donde los poemas se claven en la carne como los besos de aquel que amamos; donde las palabras canten por sí mismas y donde los poetas se dejen de mariconerías y bobadas y emprendan el verdadero camino hacia sus propios espíritus y vuelvan, como quería Rilke, sobre sí mismos, porque allí es donde reposa la poesía. 
Es lo más díficil, pero también lo más auténtico y desafiante.

Pueden leer la nota completa sobre Juan Carlos Mestre aquí.

21 de marzo de 2010

Con la excusa del "día de la poesía"...

... aprovecho para compartir aquí unos fragmentos de un texto que me llegó vía el taller de escritura creativa que estoy haciendo con Gustavo di Pace. Se trata de una nota publicada por el poeta y sacerdote Hugo Mujica en la revista Viva, aunque no sabría decirles la fecha. Como ya el año pasado me enojé mucho con esto de que la poesía tenga un día, hoy prefiero hacer algo diferente y regalar estas perlas de sabiduría concentrada que nos entrega uno de los poetas más maravillosos, a mi entender, de nuestra poesía actual. 

"La actitud esencial ante un poema, para que él nos hable, nos entregue su esencia poética, no es buscar sacar algo, sea una definición, un concepto o una respuesta, sino la de abrirse al poema como ante una totalidad, un mundo verbal que se conjuga en sí mismo, dentro de sí. Es saber que la poesía no describe al mundo, inscribe un nuevo  mundo, abre perspectivas, alternativas... Instaura nuevos sentidos, los crea.
Acabo de decir sentidos, no significados; la pregunta sobre qué dice la poesía no es la pregunta sobre el significado sino sobre el sentido, es aquello que no dicen las palabras pero se dice en las palabras, aquello que más que decirse hace que lo diga yo. No se trata de qué dice la poesía sino qué me hace decir sobre mí, sobre el mundo, la vida: no qué dice, sino qué enciende, qué alumbra.
Tampoco se trata de sacar algo de un poema, de quedarme con una idea, se trata de que me saque, me saque del mundo mental en que solemos encerrarnos. Me saque del mundo pragmático y utilitario para ponerme en otro lugar: ponerme en un mundo abierto, o en lo abierto del mundo que es lo que la poesía expresa, expresa y abre, expresa abriendo.
(...)
Un poema se lee como se escucha una sonata o como se mira el mar, sin para qué, no buscando que nos informe sino esperando que nos transforme. Para que la poesía se diga , en definitiva, no hay que entenderla sino dejarla resonar, abrirse a ella, y en ella, abrirse en el espacio que ella misma convoca con su propia voz. Realizar y realizarnos en esa actitud, que llamaría una enseñanza de la pasividad. Pasividad que, en su inacabable dilatación, culmina en una poética de la receptividad, culmina en la mayor y más difícil actividad: escuchar."